viernes, 28 de diciembre de 2007

Asuntitos

Sé que abandonar a las personas, especialmente en estas fechas, es un gesto muy feo. Lo siento pero he estado muy ocupada mirándome el ombligo, pensando en mí y en mi vida y en lo que quiero y en lo que no quiero, y de donde vengo y a donde voy. Me consuela pensar que vosotros también lo haríais.

En la última semana hemos tenido dos ideas que me gustan. De hecho, que me entusiasman. Es evidente que no estoy hablando de folletos, ni de un nuevo slogan para una marca de papel de water, ni de la campaña de Bravia para Argentina. Vamos hombre, ¿qué es Bravia al lado de lo que me está cociendo el cerebro a borbotones en estos tiempos de sofocos navideños?

Camino a contároslo, así, de esta manera tan puñetera que viene a ser el telocuentoperosólohastadondeyoquiero, porque hoy sin embargo estoy preocupada, angustiada y nerviosa, y todo fluye de la misma fuente que en los últimos días me ha abastecido de felicidad. Qué dilemas de la vida, en cuanto uno pone la carne en el asador le acaba saliendo la cara de póker a saludar, ¿no podemos tan sólo tener la fiesta en paz o qué? A veces creo que el guionista de la existencia me toma el pelo. Yo soy el bebé, él es el globo cruel que me hace fliparlo en las alturas para después dejarme los piños en el suelo una y otra vez y así desde que tenía 3 años. Puede que os lo cuente algún día, es más, lo haré, lo que no sé es si será como algo mío o como algo de otro que se me adelantó en la construcción. Huuum, Esaque contra Otroque…visto así puede hasta ser emocionante, siempre hacen falta villanos en estas tiras tragicómicas. ¿Qué pasará? Qué remedio, lo que tendremos que dejar pasar es el tiempo.

Esto, en verdad, es lo de menos porque ya no tengo tiempo ni para las crisis, ahora estoy muy ocupada con una empresa y un guión que crear. Tengo por aquí a mi familia para pasar las fiestas con Estosque y, por primera vez en 7 u 8 años puedo prometer y prometo que he sido previsora con los regalos y que los hice con ilusión. Con tanta que tuvimos que abrirlos el 23 por la noche para prevenir los efectos colaterales de la bomba de emoción más ansiedad que suponen los 4 miembros de mi núcleo duro familiar frente a un árbol rodeado de misterios por desenvolver. Eseque aún no da crédito y se ríe mientras comenta que esto habla mucho de nosotros.

Hacer regalos es algo que me encanta cuando son sorpresas, que por otra parte es cuando más sentido suelen tener porque das cosas que te gustan de verdad. Esto me pasa para todo menos para algunas fechas puntuales, por ejemplo, el 20 de diciembre que me toca cumplir y cumplo también con emoción. Este año, por ejemplo, le he regalado un curso de humor gráfico aquí y no sé si podré aguantar hasta marzo para ver lo que sale de esta persona + este lugar. Y me dejo ya de obviedades, ¿vale? Vale. (Me gusta dialogar conmigo, ¿qué pasa?)

Habréis de disculparme por segunda ocasión, pero es que estas últimas dos semanas han tenido demasiados lunes. Ha sido excesivo, de verdad. Entre los reales y post-feriados me estoy volviendo loca. Cuando vuelva a tener el alma de jueves regreso a contaros mi incursión en el mundo de Playboy, mi adicción al Brain Trainner y mi despedida de Six Feet Under. Al fin. Hasta entonces, brindaré por estos que leen y por aquellos que no, desde las playas de Uruguay.

Esa que os desea un año a la altura de vuestras personas. A saber.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Una flecha al corazón

El superpoder con el que llevo al menos una década soñando no tiene nombre. Consiste en ver flechas que apunten a las cabezas de las personas que me gustaría conocer o, en las tiendas, a la ropa que me sentaría estupendamente sin tener que perder el tiempo en el agotador proceso de la búsqueda y la prueba y en el decepcionante error. Lo mismo para los libros, las películas y los discos.

¿Te imaginas? Entrar en un bar cualquiera y encontrar varias flechas sobre las cabezas de personas que podrían convertirse en tus amigos del alma o en tus mayores cómplices si algún día llegases a conocerlos. Quizá podríamos dar un salto en la evolución de este superpoder y crear flechas de colores: las amarillas para los que te deslumbrarían, las rojas para los que te enamorarían, las negras para los que te arrebatarían el corazón, las verdes para los que te complementen, las naranjas para los que te vestirían la cara con una sonrisa cada vez que os vieseis o siempre te propondrían ese plan que te encanta y que no has llevado a cabo porque no se te había ocurrido antes. Por supuesto las flechas serían elitistas y aparecerían sólo en casos realmente especiales, de esos en los que uno y uno suman tres.

El gen dominante que transporta la pesada carga de mi impaciencia innata tiene mucho que ver con este anhelo. Sobrevaloro el tiempo y es un mal del que me gustaría “quitarme”. También sobrevaloro la amistad, el arte y cualquier cosa que ayude a sentirse bien con uno mismo, sólo que eso prefiero asumirlo con sus adversidades antes que dejarlo ir.

Por otra parte tengo una alta intolerancia hacia el fracaso y hacia la aceptación de lo que pudo ser y no fue. Para ser este el gran problema que es en los tiempos que corren, aún no me ha pasado tan alta factura como cabría esperar. Creo. Lo que hago es compensarlo con mi capacidad para emocionarme cuando la realidad me sorprende con regalos en forma de discos, de libros, de películas, de momentos o de personas que lanzan flechas en la diana de lo que me vuelve un nudo la garganta o la mirada un cuenco de luz.

Entonces me relajo y tengo en cuenta que no existen los superpoderes, y hasta me parece bien que sea así porque me permite sentir, en una medida más justa, el poder real que tienen aquellos capaces de regalarte cachitos de espacio que valen más que un pedazo de Luna o hacer de un café de domingo una caricatura del alma, como si tu esencia estuviese repleta de flechas para sus ojos.

De todos los regalos posibles, las personas son mis favoritos. Gracias.

Esa que esta noche caza “Dos pájaros de un tiro”.

Esaque frente al subjetivo

El subjetivo de Pocha.

martes, 11 de diciembre de 2007

Un lugar apto para la vida

Se me ocurren interminables razones por las que mi profesión me genera frustración y crisis periódicas. Otras veces, las menos, todavía soy capaz de encontrar, con la excusa de algún trabajo, cosas que me sorprenden despertando un interés que es probable que no me abordase ejerciendo de peluquera, de psicóloga, de maestra, de veterinaria, de empresaria, de fotógrafa, de corresponsal, de bailaora o de cualquiera de mis aspiraciones secretas. Tampoco es verdad, pero es lo que me digo yo para consolarme.

Cuando el cansancio crónico que padecemos la mayoría de las aves nocturnas me lo permite, vuelvo al embrión de mi naturaleza curiosa y entonces me cuesta muy poco verme en el espejo. Los días que tengo suerte descubro que soy capaz de escapar a mi letargo cuando recupero una capacidad de asombro que parecía olvidada en el mismo lugar que los juguetes de la infancia.

Para eso, a veces sólo hace falta algo tan “tonto” como descubrir de dónde procede el origen de la palabra del juego que conocemos como Bingo. Teorías hay para aburrir, pero mi favorita es la de los mineros galeses. Según esta versión la palabra bingo es el resultado de la suma de bean+go.

A finales del SXIX los pobrecitos mineros que no tenían qué llevarse a la boca ni dónde caerse muertos (¿no es esta una de las frases hechas más terribles que habéis escuchado y pronunciado?) despistaban las horas de oscuro aburrimiento entre entibadores apostando a la hora del bocadillo –sin pan, para hacerlo más miserable- sus judías colocadas sobre un rústico cartón con números.

El campeón se llevaba las judías a casa y María lo recibía contenta. Seguramente al resto les esperaba una buena perorata sobre su ludopatía alimentada por la ira de los estómagos secos.

Me imagino que la mayoría de los que leáis esto estaréis pensando “venga Esaque, menuda anécdota barata, de alguna parte tenía que venir la palabra esta que a mí ni fu ni fa”. Pues eso, que sepas que lo tengo en cuenta y que voy a seguir escribiendo, tú si quieres, puedes dejar de leer este blog para siempre.

La noche previa al hallazgo que habría dejado sin palabras a mi octogenario profesor de etimología grecolatina, cada página de Viktor Frankl robaba minutos a un sueño ligero de cama ancha con las “batallitas” de la vida en los campos de concentración. ¡¿Viktor Frankl?! Sí, ya he dicho que estoy en crisis y en breve empiezo con los libros de autoayuda. Dadme tiempo.

El buen judeo-samaritano Viktor cuenta en el libro que le hizo hueco en la galería de los best-sellers, que una de las ventajas más valoradas de llevarse “bien” con un kapo de, por ejemplo, no sé, Auschwitz, era contar con pequeños privilegios a cambio de grandes sacrificios de los cuales el fondo de la sopa se llevaba el premio de popularidad entre los presos. Añadir tres alubias más a la dieta de sopa aguada diaria era un manjar que podía resultar vital. Cuando buceas en una lectura y pierdes la conciencia de la línea alcanzas a valorar con algo parecido a la empatía lo que realidades tan lejanas, ajenas e incluso antagónicas a la tuya pueden significar. Estoy segura que sin Viktor la sonría de María en mi cabeza sería un esbozo lleno de sombras. Comentario profundo del día…

La suma de la feliz casualidad y mi aburrimiento en estas horas de trabajo sin trabajo, que ya se empieza a volver un hábito desaprovechado, son los accidentes que me trazan el camino a este post en el día de la Virgen de la Guadalupe.

Como por accidente, ya sabéis, se encuentran los más consistentes fundamentos para afirmar que Marte fue un lugar apto para la vida. A falta de lugares aquí rezo para volverme adepta a la filosofía de la Logoterapia y para que mis propios accidentes me lleven a un resultado sorprendente y positivo, como ya sucediera en el planeta rojo. Amén.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Doble o nada

Me pesan los años. Gran mierda, y desde luego no es por vieja. Vale, olvidemos el post anterior por ahora, que no venga ningún listo a decirme que estoy tonta o que es producto de ese galán indeseable conocido como trastorno ciclotímico que le come la oreja con especial interés a las damitas hasta llevarlas a la cama durantes días y noches. Eso ya lo sé. No conozco ese estado de continuo pero sí he saboreado el miedo que te atraviesa cuando dudas de si a la mañana siguiente, cuando abras los ojos te dará el cuerpo para poner el alma en pie un día más y a en punto. Después resiste el momento ducha y si sobrevives al metro sin la necesidad de esconder la mirada tras el periódico considérate del otro lado.

Casi podría apostar a que en estas jugadas sin gracia ha tenido por costumbre salvarme la cabezonería, el orgullo, el tira palante, el doble o nada. Seguro que sí, la diferencia es que ahora pongo en duda que realmente sirvan para salvarme y no para todo lo contrario. Me apetece dramatizar, como cuando eres niña y te pillas el berrinche y luego te vas y lo dejas durmiendo sobre el colchón y lo olvidas para siempre como un juguete que ha dejado de tener sentido. No lo miras más. Los adultos a eso lo llaman soltar lastre, ¿no? Si es así también me sirve.

Creo que la cabezonería me ha servido para aprender a ser olla express, pero sé que prefiero ser otras cosas antes. No voy a decir que estoy contenta pero escribo aliviada tras unos minutos de ejercicio infantil sobre la cama. Hacía demasiado que no lo hacía. Creo que Eseque está más cabreado que preocupado en estos momentos aunque no lo tengo muy claro. Después de teclear con fuerza un poco más a modo de almohadazo sobre el somier me dirigiré al salón aún más aliviada para preguntárselo y para hablar como adultos que somos (yo, a ratos). Y digo esto aún cuando coincido con CB en que la comunicación está sobrevalorada. Otro día charlamos sobre la hipercomunicación y el mal que nos hace.

Por la tarde tenía pensado empezar a escribir este post y titularlo El año de las flores o Mi mejor regalo. Al final a la hora de la siesta me invadió el virus del 6-de-diciembre-no-festivo que añadió yunques a mi condición de depresiva post-vacacional, a mi resaca de tequila y al dilema que puntualmente me lleva a mirar atrás y hacia delante y sentir que alguien coloca hierro sobre los tobillos de mi último lustro. Sí sí, soy yo, vale vale. Recordad que aunque no haya hecho uso todavía, la llave de la censura sigue estando en mi poder.

Ahora pienso en mi regalo favorito y en qué hacer con él. Su intención es ser el principio de algo y todo en él, hasta el blanco, está lleno de motivos. Espero tener la capacidad necesaria (o el valor) para darle forma y llenarlo de fundamentos. Me ha encantado, me encanta, es sólo que me abruma y me da vértigo. Con lo fácil que es hablar del salto cuando no te suben a la montaña.

Llaman a la puerta, es Eseque.

martes, 4 de diciembre de 2007

Andaba de parranda

No estaba muerta ni andaba en los desiertos. Una escapada a México lindo e intenso es lo que tiene. Ya estoy otra vez de cabeza, desde ayer, y mañana cumplo años. A mis veintitantos estrenaré por vez primera primaveras. Iba a decir que yo soy mujer de inviernos pero la velocidad de mis pensamientos ha alcanzado a la del teclado (que tampoco es que sea especialmente veloz) para frenarlo a tiempo. No es verdad, soy de todo menos de inviernos. Puedo enlistar razones por las que me gustan todas las estaciones per se menos el invierno (las vacaciones no cuentan). Y además qué narices, si yo nací en otoño, qué manía con relacionar diciembre de lleno al invierno. Debe de ser culpa de la Navidad o de mi flojera mental para las cuestiones que me aburren.

Sin embargo, unos cuantos conocéis o habréis de saber mi capacidad innata para retener fechas. Gozo de una insana memoria absolutamente cronológica que me ayuda a no perder el hilo de lo que relato y, a menudo, a soltar datos al espectador que no le sirven ni le interesan en lo más mínimo mientras a mí me hacen de guía, del palo “esto pasó a las once menos cuarto y entonces a la una, y así hasta las 3 y luego hasta las 7 no me acuerdo”. Aún así, creo que me estoy quitando de encima este simpático atributo. Debería volver, tarde o temprano o en punto debería recuperarlo. Lo que me recuerda dos cosas:

1. El sr. GM me dijo entre tequilas que el debería y el hubiera no existen.
2. Esta hiperconsciencia fue la responsable de mi primera cumple-crisis, nada más y nada menos que a la indiferente edad de 19 años que no saben ni a añitos ni a añazos, con mi primer fracaso amoroso a las espaldas, con calcetines blancos, con segundo curso de una carrera inútil inventada para tomar el pelo a miles y miles de altruistas descompuestos que más tarde proseguirán su camino por la vereda de la publicidad y abrirán un blog para saciar sus ganas de…llamar la atención.

Con todo y con eso, llego a los 26 con ganas de, con ilusión, con más juventud que a los diez con nueve, con los tendones cosidos, el coxis adolorido, la melena lisa y en su moreno natural, con un par de kilos más que cuando menos kilos he tenido, estancada en el metro cincuenta y nueve y medio, con un sinnúmero de esquinas que aún están por presentar, con un príncipe rojo para sacarme las sonrisas por las mañanas y los suspiros por las noches, con una familia y un puñado de compañeros de vida en la distancia más cercana que jamás he conocido. Ea, se acabó el tiempo por hoy.

Esa que se va a casa a cenar Cheetos con Coca-Cola.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Los desiertos

Ha vuelto el calor. Hoy uso las primeras sandalias de esta temporada otoño/invierno en cristiano, primavera/verano en austral. Hecha esta aportación, no pienso hablar más del clima, porque en verdad hablar del clima es hablar de nada, es rellenar huecos que en el mejor de los casos tienen por intención las ganas de romper un silencio incómodo y, quizá, llegar a una conversación más profunda o que interese de verdad. A nadie le interesa el clima.

Sus efectos, sin embargo, a unos cuantos me creo que les importa. No os asustéis, que aunque aún me mueva en esta línea de estrecha corrección política, no voy a discurrir sobre el frondoso sendero de la ecología ni sobre el cuidado de los desiertos y su importancia en el ecosistema. Nos estamos conociendo, ¿no? Sin duda mis convenciones sociales y el peso de mi educación, en un momento dado, pueden producir en mí este tipo de conductas ‘bienquedas’ pero no hasta este nivel de perogrulladas. Qué bonito y qué bueno es ser ecologista, el mensaje es cristalino. A ver quién es el guapo que no está de acuerdo. ¡Lo está hasta el Papa! Aquí tampoco hay mucho más que añadir.

Este calor lo que hace es recordarme que ayer Eseque le dijo a Esaque que está cansado de los desiertos. No fue nada romántico. Se lo dijo por Messenger en un momento de cabreo, no con ella, con otros. A Esaque le gustó la expresión. En el contexto de la conversación no tuvo problema en entender el significado que tenía para él aunque sospechaba que aplicado a ella tenía otro. De pronto se vio a sí misma, pequeña desde el bautismo, en medio de un desierto inmenso. Le hizo gracia haber usado tantas veces la expresión “estar amurallado”. Las barreras le hacen gracia ahora. Todos saben que las muros, al fin y al cabo, están para superarse, romperse, saltarse, derrumbarse y lo que quieras o consigas. ¿Pero el desierto? El desierto sí que da pánico. El desierto es el Iron Man de las pruebas de resistencia de la vida. Cuando sientes que ni palante ni patrás, ni parriba siquiera.

Hace años hice un viaje de México a Madrid. Los que me conocen por dentro, saben que, sorprendida, aterricé en el desierto. Yo sabía que esos lugares existían porque me habían hablado de ellos, los había visto en algunas revistas e incluso había leído que forman un porcentaje considerable de la superficie terrestre y que se expanden y se encogen según el clima. Todo eso sabía, ya ves, ilusa de mí, no sabía nada.

Los desiertos no son como los agujeros o los pozos, que tocas fondo y listo. Qué va. A los desiertos te llevan de madrugada, medio inconsciente, en dromedario. Cuando, sin venir a cuento, se juntan estas hambres de exotismo con las comidas de tarro a destiempo: bienvenido al desierto.

En el desierto todos sabemos que no hay caminos, ninguno está trazado. Si acaso hay huellas y, con suerte, espejismos que mientras duran y no te das cuenta puede que estén bien (no seas mentiroso, si te das cuenta no es lo mismo, es como continuar un sueño cuando ya eres consciente aunque sigas con los ojos cerrados).

A veces lo de no tener caminos en la vida nos parece fascinante, es atractivo, es emocionante, es…ay no sé, es genial, muy de road movie. Sí sí, lo que quieras. PERO, eso no eres capaz de verlo cuando estás en la travesía. De ser así es que tú eres un farsante en el reino de las dunas o es que estás confundiendo el desierto con Maspalomas.

Las travesías por el desierto no son cosa de dos días, jamás. El suelo no es todo lo sólido que podría ser y correr implica un sobreesfuerzo imposible siendo realistas. Cuando te das cuenta de que estás en el desierto, no gritas, no lloras, no riegas, no avisas, no quemas, no atiendes, no explicas, y como todo el mundo sabe, no predicas. Cuanto mucho esperas que llegue la noche para darte un respiro, y entonces avanzas, poco a poco. Es muy importante hacerlo a un ritmo constante y pausado. A ese punto muerto en el que el cuerpo avanza casi por reflejo, a lo más primario, a lo más instintivo, a lo que resiste por narices, si pretendes volver a las estepas, los llanos, los bosques, los montes, los pueblos y las ciudades.

Si se me permite dar un consejo, y claro que se me permite que para eso estoy en mi blog (cómo me gusta repetirlo), no tiene mucho sentido secar más tiempo del necesario –que ya hemos dicho que en el desierto se hace laaargo- rebozándote en la arena mientras piensas en cómo llegaste a este lugar. Fueron los vientos alisios, la luna, las atracciones desconocidas. Son cosas que pasan. Pasan sin que quieras que partan, o esperas que pasen y sin embargo se quedan. No es muy original, pero supongo que es la razón más universal para que nos partan la brújula en mil pedazos.

Creo que la diferencia principal es que en los pozos te meten: los otros, el mundo, el destino, la mala suerte, las hadas crueles y envidiosas. En los desiertos te metes, por eso vagas en penitencia.

Yo de vías dolorosas sé un par de cosas. Sé que en el caso, y por lo general, no son dignas de tal calvario y sé que puedo decir muchas cosas que ya no me apetecen y puedo estar agradecida por otras. Dejando las balanzas de lado, no le recomiendo a nadie las visitas al desierto, personalmente, prefiero los pueblos. Pero si estás en ello tómatelo con calma y cuando salgas, por favor, no te olvides de quitarte la arena de los zapatos.

Esa que adora caminar descalza.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Frío Frío

Ahora que he tenido tiempo para pensarlo en frío, cómo me alegro de que haya caído la temperatura. Antes de ayer fue sin duda el día más frío de la primavera al revés. Y fue estupendo. No es que me subieran el sueldo de repente o que me hayan llamado para decirme que he ganado el concurso de cocina de El País o del Clarín con mi receta de carbonara con un chorro de mostaza, de hecho, las únicas llamadas que recibí en todo el día fueron la de mi padre para decirme que las cartas que le envié estaban bien y la de mi casera para tratar el delicado tema de “el colchón” para cuando venga mi familia, y de paso darme la chapa un rato largo porque ella es así y no lo puede remediar. Lo de ir al grano le parece una insolencia.

Fue un buen día porque hizo frío. Y esto es, oh, lo sorprendente para una joven alegre en los meses que comprenden la primavera andaluza o el verano del norte.


Por la mañana salí de casa con esas botas negras estupendas que tanto me gustan y tan cómoda me hacen pisar con fuerza allá adonde voy (tengo un amigo que solía decir que piso fuerte porque en realidad dudo mucho, pero esa es harina de otro post), con mis medias tupidas y esa falda oscura vaquera que creía jubilada hasta el invierno que viene (de aquí de allá de acullá, chi lo sa?) o hasta que mi madre la pille por banda y decida que su lugar es una bolsa de basura, como ya hizo con el 75% de mi ropa aprovechando la feliz excusa de la maleta. En su defensa añado que ahora se dedica a enviarme la ropa que ella, previamente y a su gusto, selecciona para mí en las Iberias cada vez que alguien hace el favor de venir de visita: vestidos, vaqueros pitillo, ceñidos, de talle alto, zapatitos de taconcito…¿he dicho “en su defensa”?, sólo me faltan unos lacitos y ser de papel para convertirme en la Mariquita que soñaba con parir cuando lucía trenzas.


Salí a la calle con esa temperatura exacta que te deja la piel de gallina y te tensa los músculos sin obligarte a tiritar. Hacía sol y la sensación era tan agradable como salir del mar cantábrico, con esa impresión de estar prieta en cuestión de segundos, y tumbarte sobre la calidez de la toalla a lucir tu sensorialmente lipoesculturada figura (o eso es lo que tú te crees).

La comida me sentó bien al fin, no se me hincharon las piernas en todo el día y el sopor de la vuelta al trabajo en horas de digestión no fue tan duro como el día anterior, cuando hacía calor, humedad y hasta los no fumadores preferían cenar en las terrazas de las calles rotas de Palermo Hollywood. Los veía mientras volvía a casa, con mi iPod (formo parte de esa legión de viandantes enfrascados en su propia banda sonora callejera desde los tiempos del Walkman, el invento de los 80 que más amor me merece), mi paso espídico y mis pensamientos de alta velocidad muy lejos de las castañas asadas.

Tampoco es que las hubiese 24 horas después cuando, con la mentalidad de paño ligero al 99% interiorizada, el frío sorprendió a la mayoría. A mí no, claro, porque estos grados en noviembre no le entran en la cabeza a una asturiana de testa dura de un mes para el otro.


Me sentí más cerca de casa, frío pero sin exagerar, como en Asturias, como en Madrid, ¿como en Málaga? Sin abrigos, ni chimeneas, ni bañeras calientes, ni pelis bajo la manta en esta ocasión. No seamos típicos. Lo que hubo fue un exceso de café en el organismo, a gustito como se sentían mis manos primero y el resto después, al contacto con el calor de la taza. Hubo alguna idea despejada. Hubo brisa en la ventana del autobús que a menudo me marea. Hubo ese pensamiento de conciencia fugaz “joder, qué bien me siento” nada más entrar en la temperatura de nuestra casa y por no tener que usar más excusa para no salir que el propio frío. Unos cuantos cigarritos de frío, que por norma general saben mejor que los de calor y una botella de Coca-Cola que aguantó, fría, sobre la mesa de la salita, las tres horas de Casino.


Con tanta cafeína conciliar el sueño llevó un poco más de lo habitual (= 0,7 segundos o cuando menos te lo esperas). Cinco minutos dentro de las frescas sábanas blancas de la cama biplaza, habitación silenciosa con ventana cerrada (¡sí!) sirvieron de antesala para horas de profundo descanso que la memoria de mi metrosesenta supo agradecer.

Son casi las 18 horas en la capital bonaerense, hace calor y una pastillita verde contra el dolor pasea por mi organismo incitando al desvarío. Qué raro que a una chica como yo, que aún está en edad de merecer Blue Joven, le empiece a gustar el frío. ¿Será que me gustan las ciudades nubladas? ¡Helado! ¿Será que me gusta estar pálida? Frío-frío. ¿Será que me encanta andar poniéndome y quitándome capas y capas de ropa? Frío-frío. ¿Será que me gusta la Coca-Cola muy fría? Templado. ¿Será que la ciudad está cada día más bonita? Caliente. ¿Será que me empiezo a sentir como en casa? Caliente-caliente.

Esa que pronto pasará las fiestas veraneando.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Otros porqués

Veo que Monzó os ha impresionado tanto que a muchos os ha dejado mudos. Y yo, que estoy de un generoso que no me reconozco, encantada os doy doble ración mientras cuezo a fuego lento al séptimo post, que es un número que me gusta mucho más (no abráis la boca para decir que no soy original). Esta vez el senderito mental os lo trazáis vosotros, que sé que además de listos, estáis todos muy vividos.

Esa que no es que no lo haya pensado, es que a menudo vuelve al punto de partida.


EL AMOR

La archivera es una mujer alta, guapa, con rasgos faciales grandes y vivos. Es inteligente, divertida y tiene lo que la gente llama carácter. El futbolista es un hombre alto, guapo, con rasgos faciales grandes y vivos. Es inteligente, divertido y tiene lo que la gente llama carácter.
La archivera trata al futbolista con desdén. Se muestra seca, displicente. De tanto en tanto, cuando él la llama (siempre es él quien la llama; ella a él no lo llama nunca), aunque no tenga nada que hacer le dice que ese día no le va bien que se vean. Da a entender que tiene otros amantes, para que el futbolista no se crea con ningún derecho. Alguna vez ha cavilado (tampoco mucho, no fuera a darse cuenta de que se equivoca) y llegado a la conclusión de que lo trata con desdén porque en el fondo lo quiere mucho y teme que, si no lo tratara con desdén, caería en la trampa y se enamoraría de él tanto como él está enamorado de ella. Cada vez que la archivera decide que se acuesten, el futbolista se pone tan contento que le cuesta creerlo y llora de alegría, como con ninguna otra mujer. ¿Por qué? No lo sabe, pero cree que el desprecio con que lo trata la archivera no lo es todo. De ninguna manera es el factor decisivo. Sabe que en el fondo ella lo quiere, y sabe que si finge dureza es para no caer en la trampa, para no enamorarse de él tanto como él está enamorado de ella.
El futbolista querría que la archivera lo tratase sin desdén o, como mínimo, con un poco menos. Porque así vería, por un lado, que esa no es la única forma de relación posible entre los dos, y por otro, que no debe tener ningún miedo de enamorarse de él. Porque él amaría la ternura de la archivera, esa ternura que ahora le da miedo mostrar.
A veces el futbolista sale con otras mujeres. Porque le parece que ha llegado al límite, porque decide que ya no soporta más que lo trate como un jarro, que casi no lo mire, que lo utilice de cepillo y después lo ignore.
Pero siempre vuelve. No es que las otras no le interesen lo suficiente. Todo lo contrario: son muchachas espléndidas, inteligentes, guapas y consideradas. Pero ninguna le da el placer que le da ella.
Un día (mientras la archivera fuma y lo mira desvestirse) el futbolista se decide y le habla. Le dice que no debería ser tan terca, tan huraña, que él la quiere tanto que no debe tener miedo de mostrarse tal como es. Que no se aprovecharía de ninguna debilidad de ella. Que si fuese tierna (y él sabe que lo es, y que finge no serlo) la querría aún más. Airada, le dice que quién se ha creído que es para decirle lo que tiene que hacer y lo que no; le dice que se siente y lo abofetea. Esa tarde, el futbolista disfruta más que nunca.
Pero, otro día que se ven, inopinadamente ella no es tan malcarada como de costumbre. El futbolista se sorprende. A lo mejor lo ha pensado y, sin decirle nada, empieza a hacerle caso. Al día siguiente es incluso tierna. El futbolista se alegra mucho. Por fin ha entendido que no tenía por qué tener miedo. Que mostrarse tal como es no va a reportarle ningún mal. Están en la cama. El futbolista está tan emocionado que se conmueve con cada gesto, con cada caricia. En cada mimo encuentra un placer especial. Es tal la ternura que ni tiene ganas de follar: le basta con abrazarse y decirse que se quieren (ahora, ella se lo dice a cada momento).
La archivera no vuelve a tratarlo con desprecio nunca más. Está tan enamorada del futbolista que se lo dice por la mañana, por la tarde, por la noche. Le regala camisas, libros. Se le entrega siempre que él quiere. Es ella quien lo llama, cada vez más, para que se vean todos los días. Y una noche le propone que se vayan a vivir juntos.
El futbolista la observa fríamente, con la mirada vidriosa. Hasta no hace mucho, hubiera dado el brazo derecho porque le propusiese lo que acaba de proponerle.

QUIM MONZÓ
El porqué de las cosas

lunes, 12 de noviembre de 2007

El porqué de las cosas

Hoy es domingo por la tarde y puede ser un gran momento para, con la excusa, ponerse de lo más trascendente, profundo, sensible, ridículo o apocalíptico. Procuro bordear estos límites colando mi opinión disfrazada de recomendación. Si no lo has hecho aún, ya vas teniendo edad para leer a Quim Monzó.

¿Que por qué? A decir verdad no sé mucho más de la vida de este señor que lo que puedes encontrar en wikipedia, tampoco hace mucho que lo descubrí (de hecho, es de lo último que ha pasado por mis manos) pero sé que lo recordaré como una lectura amena y dolorosa. Como podréis comprobar los curiosos que pinchéis aquí, se le acusa, ilustrado con ejemplos, de mediocre y plagiador. No seré yo la que se moje el culo para defender lo contrario, pero sí que he mantenido, mantengo y mantendré (al estilo de Zapatero) que eso de mezclar ameno con doloroso no es guisa de menú de 10 pesos.

Antes de dar paso al ejemplo que he seleccionado para sostener lo que escribo, diré mi porqué, que para eso estoy en mi blog y me meto a conciencia en terreno pantanoso.

Y es que la sumisión me hace sufrir. Pero no me hace sufrir al uso. Cuando leo estas líneas, no pienso “oh pobrecita, hay que ver lo poquito que se quiere”. Vale sí, sí que lo pienso en un primer momento, pero voy hilando éste con otros pensamientos laterales que en mi cerebro trazan un camino parecido a esto: Esta chica no se quiere. Dónde queda lo que ella espera de los demás. Si en verdad quiere a un hombre fuerte a su lado no será cierto que querrá hacer de él un sumiso. ¿Y si esto no es más que un autoengaño para dejarse tratar así?. Porque quizá lo único que ella piensa que puede dar es su abandono. Entonces, claro, si ella sólo tiene que preocuparse por lo que al otro le puede venir bien no tiene porqué pensar en lo que ella necesita. Si ella no necesita nada, no tiene nada que exigir. Si no exige no se moja, si no se moja no es vulnerable. Venga anda tía, si tienes la capacidad de conformarte es que tú controlas mucho y lo que me das es miedo. Me caes mal. Si algún día esperases querer a alguien, o que te quieran, no estarías hilando fino una telaraña de guerra de egos, de autoafirmaciones y de tan pocos escrúpulos. Quiero creer que, si te importase un poquito el amor del otro perderías los papeles, perderías la cabeza llegados a este enredo, y llegaría un momento en el que dirías: "tu oferta me puede parecer muy tentadora pero no es suficiente para alguien que tiene corazón".

Y entonces muchos te dirían que metas la cabeza, que relativices, que racionalices, que te comportes y que blablablá. Y sería entonces cuando yo, empezaría a creer en tu historia.


LA SUMISIÓN

La mujer que ahora está tomando un helado de vainilla en la primera mesa de este café lo ha tenido siempre muy claro. Busca (y buscará hasta que lo encuentre) lo que ella llama un hombre de verdad, que esté por la labor, que no pierda el tiempo en detalles galantes, en gentilezas inútiles. Quiere un hombre que no preste atención a lo que ella pueda contarle, pongamos, en la mesa, mientras comen. No soporta a los hombres que intentan hacerse los comprensivos y, con cara de angelitos, le dicen que quieren compartir los problemas de ella. Quiere un hombre que no se preocupe por los sentimientos que ella pueda tener. Desde púber huyó de los pipiolos que se pasan el día hablándole de amor. ¡De amor! Quiere un hombre que nunca hable de amor, que no le diga nunca que la quiere. Le resulta ridículo, un hombre con los ojos enamorados y diciéndole: "Te quiero". Ya se lo dirá ella (y se lo dirá a menudo, porque lo querrá de veras), y cuando se lo haya dicho recibirá complacida la mirada de compasión que él le dirigirá. Ésa es la clase de hombre que quiere. Un hombre que en la cama la use como le apetezca, sin preocuparse por lo que le apetezca a ella, porque el placer de ella será el que él obtenga. Nada la saca más de quicio que uno de esos hombres que, en un momento u otro de la cópula, se interesan por si ha llegado o no al orgasmo. Eso sí: tiene que ser un hombre inteligente, que tenga éxito y con una vida propia e intensa. Que no esté pendiente de ella. Que viaje, y que (no hace falta que lo haga muy a escondidas) tenga otras mujeres además de ella. A ella no le importa, porque ese hombre sabrá que, con una simple silbido, siempre la tendrá a sus pies para lo que quiera mandar. Porque quiere que la mande. Quiere un hombre que la meta en cintura, que la domine. Que (cuando le dé la gana) la manosee sin miramientos delante de todo el mundo. Y que, si por esas cosas de la vida ella tiene un acceso de pudor, le estampe una bofetada sin pensar si los están mirando o no. Quiere que también le pegue en casa, en parte porque le gusta (disfruta como una loca cuando le pegan) y en parte porque está convencida de que con toda esta oferta no podrá prescindir jamás de ella.

QUIM MONZÓ
El porqué de las cosas

martes, 6 de noviembre de 2007

El Barón Munchausen

Hoy recurro a un clásico de primera fila de los blogs y los bloggers: los recuerdos de la infancia. Empezaré por aclarar que yo también tuve una, y que (me) da para mucho. Os vais a enterar.

Normalmente la recuerdo como algo grato, sin grandes traumas ni paranoias, a pesar de las bombas, la vertiente tailandesa de mi educación temprana y de mis variopintos y plurilingües (cada uno hablaba lo que podía) pequeños compañeros del jardín de infancia del Hispanoárabe. Todos estos datos, por supuesto, no tienen ninguna utilidad para el tema que pretendo abordar en este post, es sólo que considero, pueden sumar enteros en mi aspirada condición de ciberdiva que, según me cuentan, es lo que vende ahora.


Descubrí Las aventuras del Barón Munchausen en la mejor compañía que se puede tener hasta los 10 años: los primos. Los míos, dos buenos mozos de mi generación paridos, criados y bien crecidos en la cuenca minera, compartían sus veranos con los nuestros. Otro clásico de bandera, en esta ocasión de las familias. Todos juntos a Mallorca. Veranos a lo gitanurcio en el Ford Fiesta segunda mano (10 años antes ya era segunda mano) con el calor, la abuela, la nevera, los tíos, los padres, las palas, la hermana, los primos, los cómics, la merienda, la sombrilla, la muda, y luego la ducha, la crema, el helado italiano de abajo, la cena y la peli. A ver, menos lo de la ducha, la arena en el coche to’s apretaos y la crema, todo el plan era un sueño. Los días que tocaba parque acuático ya ni os cuento.

Sin embargo en la noche, ya entonces, percibía la Esaque sin dientes un valor añadido. Era la hora en la que nosotros, y sólo nosotros, mandábamos en la casa. Los padres en la cena de turno, la hermana en la cuna y la abuela en la cama de la mano de La hora bruja, hacían posible el monopolio de los primos mayores.

Para esa hora el episodio del cotidiano conflicto en el videoclub había pasado página, y las 3 vertientes que pujaban por ser la elegida, guerra, comedia y amor, habían quedado saldadas. Normalmente vencíamos primo2 y yo, que uníamos nuestras fuerzas entorno a la comedia o la aventura para aplacar las bombas con las que primo1 prometía amargarnos las horas de dominio infante. Claro, es que él fue el primero en empezar a ser púber y a burlarse de nuestros juegos y nuestros gustos.

Me vienen a la cabeza tres títulos en los que la unanimidad no solía fallar en esos momentos delicados de imprudencia absoluta ante las explosivas muestras anímicas: Golpe en la pequeña China, La princesa prometida y Las aventuras del Barón Munchausen.

Lo preocupante no es nada de eso. Lo que de verdad me tiene trastornada es la indiferencia con la que el tiempo ha ido borrando el recuerdo de Munchausen de las memorias colectivas. ¡¿Quién es el culpable?!: ¿TVE?, ¿las críticas?, ¿Los Goonies?, ¿Lost in la Mancha? ¡Santo Dios, que alguien me lo explique!

De verdad, me voy a poner seria. Si en algo ha sido generosa -y maldita- la naturaleza conmigo es con la memoria. Si hay algo que tiene la capacidad de sorprenderme, es encontrarme con alguien capaz de recordar una anécdota que yo haya olvidado. No me suele pasar, y no siempre creo que sea una virtud. No os preocupéis, mi instinto de supervivencia me ha hecho aprender a vivir con ello.

Y este es el comienzo del párrafo en el que por fin llegamos al presente. El presente que antes de ayer me trajo el pasado a través de la televisión por cable. Está claro que la televisión es al pasado lo que Internet al futuro. Y ahí estaba el barón, haciéndose joven y viejo según su estado de ánimo, con Sarah Polley, con Uma Thurman, con Robin Williams y con sus amigos, la panda de frikis añejos y heroicos que soplaban, corrían, apuntaban y dejaban en bragas al Sultán.

He aprovechado los ratos que he podido para buscar una pomada de acción rápida que dé sosiego a esta duda que tanto me perturba, a esta sensación de estar en un mundo injusto en el que los adultos se olvidan del barón y elevan a la categoría de obra maestra el tostonazo de El baile de los vampiros. En esta búsqueda, chorradas he leído unas cuantas, hasta que no he aguantado más.

Si has llegado hasta aquí, toca tragarse mi parecer: No me importa cuánto costó hacer esta película, no me interesa en lo más mínimo si recaudó 4 ó 40 millones en taquilla o si es una obra menor, mediana o mayor de Terry Gilliam. Si algún trabajador de la televisión con posibles lee esto algún día, o si tenéis algún amigo que pueda mover los hilos, hacedle saber que yo tenía 6 ó 7 años la primera vez que el barón me contó su historia, y que en las escenas imborrables que han resistido al tiempo de silencio e indiferencia (mezcladas, por cierto, con el archivo de Cyrano de Bergerac y sin tener ya muy claro si habían sido sólo un sueño), los bordes del televisor no existían.

No voy a decir más porque noto que me está invadiendo esa apatía que uno siente cuando tiene la impresión de estar exponiendo algo que es evidente. Aunque la realidad te estampe en la cara que Munchausen se asocia antes a un síndrome que al personaje que le presta su nombre. Lo dicho, una injusticia mogollón de fuerte.

Vosotros, ¿qué pensáis? Expresad vuestros pareceres, total, si no me gustan los censuro y listo.

Esa que se frustra con estas cosas.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Diario de a bordo para espíritus maternales

A estas horas tengo frío pero no se puede decir que naveguemos con mal tiempo. La cuestión es que en la agencia les gusta poner el aire a to meter para que las ideas se mantengan frescas, debe ser. Afuera, sin embargo, el día está soleado con una estupenda sensación térmica de 25º y una humedad del 43. La intención es que esto de “del 43” suene a mucho, cuando lo cierto es que en los litorales en los que estamos no ha hecho más que empezar.

Haciendo gala de mi savoir faire en espíritus domigueros, el sábado por la tarde aproveché para hincharme a empanadas, café y sobremesa tamaño imperial y después comprarme un par de remeras en el mercadillo de Plaza Serrano en Palermo Soho. Tan chic como suena, pero menos de lo que imaginas. Visto lo visto con estos mismos ojos y distinta divisa en el bolsillo, esto viene a ser el embrión de lo que en el mercadillo de Fuencarral encuentras por 25 euros. Divídelo entre 4 y estás en (la) Argentina.

Llegado el domingo saqué a pasear la primera de mis adquisiciones y hoy, 100% de lunes, estreno la segunda. Mal hecho, el entretiempo, la semana y los estrenos van a acabar conmigo. Y es que, cualquiera que me conozca un poco sabrá o podrá suponer (si no lo ha hecho antes que trate de imaginarlo ahora) que entre las múltiples actividades estériles en las que, con tanta facilidad, soy capaz de permitir que se me escurra el tiempo como el agua entre los dedos, no está la de quedarme quieta frente al armario. Que no digo que sea ésta actividad inservible en el caso de unos cuantos, sólo que yo no la hice mía hasta que no puse esta vida del revés. Lo sé, es increíble pero es verdad, os lo juro, mi estilo y mi gracejo eran espontáneos. Ahora no soy más que una esclava apoyada sobre las puertas del placard condenada a adivinar los caprichos de un clima difícil. Y sufro por ello. Y peor aún, me enfermo. Y el hecho que aumenta su dramatismo hasta el infinito es que entro en una espiral de continua recaída.

No quiero cantar victoria aún pero para que esas amistades con complejo de madres o hermanas mayores puedan respirar aliviadas parece que, misteriosamente, el resfriado remite al fin. Por lo demás, me bebo mi zumo de naranja natural recién exprimido cada mañana, apago bien el gas y cierro con llave en cuanto llego a casa.

Anoche jugué al Trivial con amigos gallegos residentes en Río. Todas las preguntas que tenían que ver con Argentina no valían (vamos bien). De madrugada partieron y después soñé con China. Fue horrible, no vayáis.

Esa que se introduce en el arte del chamulleo.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Feliz Día de Muertos

Siento una atracción casi innata por la muerte. Me fascina, en serio, en el más estricto sentido del término. No, no hago rituales extraños, ni voy vestida de negro (no a todas horas), ni contemplo la muerte como una solución a nada que no esté estrechamente relacionado con un dolor físico agudo e irreversible. Es solo que me cabrea que sea un tema tabú. ¿Es delicado? Sí, claro que lo es, pero también hay momentos, o debería de haberlos, para hablar de aquello que obliga a las palabras a caminar sobre la cuerda floja, ¿o no? Si sólo nos limitamos a tratar con naturalidad lo que no va más allá de las fiestas, los trapos, las birras, las risas, los cuerpos que se mantienen secos, los cotilleos, los triunfos y la política (es verdad es verdad, esa política elevada al grado de equipo de fúmbol) al final todo son rollos, cosas, movidas, marrones, temazos y sobremesas sin migas ni tintorro en el mantel.

No me voy a detener mucho en aclarar que benditos sean los colegotas, Inditex, las personas que saben agitar las caderas o aquellas que se mueven entre el neón con una naturalidad tan familiar que su compañía frente a una barra es bien capaz de hacerte sentir más tú mismo que algún amigo de la infancia.

En México, que por otro lado es país de frustraciones calladas, dado como es a hacer invisible lo que no es placentero, bello o deseable, el 1 de noviembre o Día de Muertos es una fecha genial. Tal cual, me quito el sombrero de charra de corazón para elevar mis plegarias a la red y hacer manifiesto mi deseo de que ojalá todo el mundo girase la nuca hacia la tierra azteca para tomar ejemplo en esto. Luego está España, que me trae al recuerdo Días de Todos los Santos (¿de qué santos?) de piel mojada, de paraguas negros, de cementerios grises incluso para ser cementerios, de personas de ojos secos que aún pestañean. Y claro, me quiero morir. O lo que es peor, no me quiero morir. Me aterra la idea. Porque la muerte, además de ser la putada que es, se desvanece entre tanta tristeza con miedo a la nostalgia. No me resulta ni siquiera poética, como me parece la de los altares fosforitos, con gente alrededor brindando por los que no están al sabor de un tequila que otros disfrutaron y de esos platos por los que en vida hubieran matado. Así, hala, en pelotón, haciendo mucho ruido y riéndose y suspirando antes de pegarle el siguiente trago al fondo del caballito. ¿Y si hay que llorar? No pasa nada, que nadie se despegue del altar, que nadie se vaya a casa a hacerlo en soledad, ¿habrá lágrimas más justificadas que esas? Y si en verdad nos pudiesen ver, ¿qué preferirían aquellos?

Hay que ver, he sacado el mariachi a pasear. Bien, de Argentina os hablo el año que viene, por ahora estoy en el trabajo y me da la impresión de que la indiferencia es absoluta.

Ya sabéis, para mí, un “Buenas noches calabaza” va más que bien. Ah, y hacedme el favor de ser puntuales con las ánimas. Recuerda que algún día tú también lo serás. (aquí la sonrisa malévola)

Esa que enciende una vela.

martes, 30 de octubre de 2007

El cambio

En la nueva casa de mi nueva ciudad en mi nuevo país, el domingo por la tarde faltaban cuchillas de afeitar. Como sabéis, es imposible sobrevivir a un domingo cualquiera sin cuchillas de afeitar. Por eso, cuando nos dimos cuenta de la carencia, Eseque y yo no tardamos mucho en salir disparados al conocido centro de abastos para el hogar que nos pilla a mano.

Eseque y yo parecemos primos pero no lo somos. Él es una persona par y yo soy impar. Supongo que eso es lo que nos salva y nos protege. Aún así estamos en esa etapa de la vida y de las historias en la que ir a hacer la compra de la mano nos parece una aventura tierna y emocionante que, como todo lo demás, superaremos juntos. Ooooh (sí, ¿qué pasa?, ¿tú aún no has tenido la suerte de que te suceda o qué?).

Pero a veces, apreciado lector, la vida te deja loco donde menos te lo esperas. Entre la sección de congelados y productos higiénicos, en este caso, la de bebidas alcohólicas, gentil cartel made-in-Disco impedía el paso mientras explicaba la razón fundamental por la que TÚ, que ya hace casi una década superaste los 16, veías frustrados tus anhelos de Quilmes en vena.

Hoy no va a poder ser pequeña Esaque, disfruta rememorando lo poco que no has idealizado de esos 16 que hoy te saben mejor de lo que en verdad supieron, o esos años 20 americanos que en la primera plana de tu imaginación sólo suenan a Billie Holiday. Cálmate, amansa tus descerebradas ganas de preguntar por el porvenir de los que no tienen la obligación de votar. Tranquilita. Respira, como te pongas en este plan también por fuera, adaptarte al cambio nos va a llevar eones.

Y es que la vida en el país de las palabras amables no está para dejar las oportunidades pasar. En vísperas en las que el impudor de la democracia se ve coronado por la izquierda de Calvin Klein, Eseque y yo volvimos a nuestro nido acorazado por el virus de la gripe, de nuevo sin cuchillas, otra previsible medida preelectoral a fin de que los argentinos y argentinas tomen, sin cuento y sin excusa, la mejor alternativa para su futuro (y para el de algún gallego que decidió poner su vida boca abajo), sin derecho a tan baratas razones como las universales consabidas “no, si en verdad yo no quería hacerlo, es que estaba borracho”. Ya sí claro. A ver ahora cuantos litros y navajas nos lleva enmendar 25 horas de ley seca.

Primeros saludos desde el culo de los blogspot,

Esa que desde agosto ve amanecer cinco horas después.

Buzzear (ES)