viernes, 28 de diciembre de 2007

Asuntitos

Sé que abandonar a las personas, especialmente en estas fechas, es un gesto muy feo. Lo siento pero he estado muy ocupada mirándome el ombligo, pensando en mí y en mi vida y en lo que quiero y en lo que no quiero, y de donde vengo y a donde voy. Me consuela pensar que vosotros también lo haríais.

En la última semana hemos tenido dos ideas que me gustan. De hecho, que me entusiasman. Es evidente que no estoy hablando de folletos, ni de un nuevo slogan para una marca de papel de water, ni de la campaña de Bravia para Argentina. Vamos hombre, ¿qué es Bravia al lado de lo que me está cociendo el cerebro a borbotones en estos tiempos de sofocos navideños?

Camino a contároslo, así, de esta manera tan puñetera que viene a ser el telocuentoperosólohastadondeyoquiero, porque hoy sin embargo estoy preocupada, angustiada y nerviosa, y todo fluye de la misma fuente que en los últimos días me ha abastecido de felicidad. Qué dilemas de la vida, en cuanto uno pone la carne en el asador le acaba saliendo la cara de póker a saludar, ¿no podemos tan sólo tener la fiesta en paz o qué? A veces creo que el guionista de la existencia me toma el pelo. Yo soy el bebé, él es el globo cruel que me hace fliparlo en las alturas para después dejarme los piños en el suelo una y otra vez y así desde que tenía 3 años. Puede que os lo cuente algún día, es más, lo haré, lo que no sé es si será como algo mío o como algo de otro que se me adelantó en la construcción. Huuum, Esaque contra Otroque…visto así puede hasta ser emocionante, siempre hacen falta villanos en estas tiras tragicómicas. ¿Qué pasará? Qué remedio, lo que tendremos que dejar pasar es el tiempo.

Esto, en verdad, es lo de menos porque ya no tengo tiempo ni para las crisis, ahora estoy muy ocupada con una empresa y un guión que crear. Tengo por aquí a mi familia para pasar las fiestas con Estosque y, por primera vez en 7 u 8 años puedo prometer y prometo que he sido previsora con los regalos y que los hice con ilusión. Con tanta que tuvimos que abrirlos el 23 por la noche para prevenir los efectos colaterales de la bomba de emoción más ansiedad que suponen los 4 miembros de mi núcleo duro familiar frente a un árbol rodeado de misterios por desenvolver. Eseque aún no da crédito y se ríe mientras comenta que esto habla mucho de nosotros.

Hacer regalos es algo que me encanta cuando son sorpresas, que por otra parte es cuando más sentido suelen tener porque das cosas que te gustan de verdad. Esto me pasa para todo menos para algunas fechas puntuales, por ejemplo, el 20 de diciembre que me toca cumplir y cumplo también con emoción. Este año, por ejemplo, le he regalado un curso de humor gráfico aquí y no sé si podré aguantar hasta marzo para ver lo que sale de esta persona + este lugar. Y me dejo ya de obviedades, ¿vale? Vale. (Me gusta dialogar conmigo, ¿qué pasa?)

Habréis de disculparme por segunda ocasión, pero es que estas últimas dos semanas han tenido demasiados lunes. Ha sido excesivo, de verdad. Entre los reales y post-feriados me estoy volviendo loca. Cuando vuelva a tener el alma de jueves regreso a contaros mi incursión en el mundo de Playboy, mi adicción al Brain Trainner y mi despedida de Six Feet Under. Al fin. Hasta entonces, brindaré por estos que leen y por aquellos que no, desde las playas de Uruguay.

Esa que os desea un año a la altura de vuestras personas. A saber.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Una flecha al corazón

El superpoder con el que llevo al menos una década soñando no tiene nombre. Consiste en ver flechas que apunten a las cabezas de las personas que me gustaría conocer o, en las tiendas, a la ropa que me sentaría estupendamente sin tener que perder el tiempo en el agotador proceso de la búsqueda y la prueba y en el decepcionante error. Lo mismo para los libros, las películas y los discos.

¿Te imaginas? Entrar en un bar cualquiera y encontrar varias flechas sobre las cabezas de personas que podrían convertirse en tus amigos del alma o en tus mayores cómplices si algún día llegases a conocerlos. Quizá podríamos dar un salto en la evolución de este superpoder y crear flechas de colores: las amarillas para los que te deslumbrarían, las rojas para los que te enamorarían, las negras para los que te arrebatarían el corazón, las verdes para los que te complementen, las naranjas para los que te vestirían la cara con una sonrisa cada vez que os vieseis o siempre te propondrían ese plan que te encanta y que no has llevado a cabo porque no se te había ocurrido antes. Por supuesto las flechas serían elitistas y aparecerían sólo en casos realmente especiales, de esos en los que uno y uno suman tres.

El gen dominante que transporta la pesada carga de mi impaciencia innata tiene mucho que ver con este anhelo. Sobrevaloro el tiempo y es un mal del que me gustaría “quitarme”. También sobrevaloro la amistad, el arte y cualquier cosa que ayude a sentirse bien con uno mismo, sólo que eso prefiero asumirlo con sus adversidades antes que dejarlo ir.

Por otra parte tengo una alta intolerancia hacia el fracaso y hacia la aceptación de lo que pudo ser y no fue. Para ser este el gran problema que es en los tiempos que corren, aún no me ha pasado tan alta factura como cabría esperar. Creo. Lo que hago es compensarlo con mi capacidad para emocionarme cuando la realidad me sorprende con regalos en forma de discos, de libros, de películas, de momentos o de personas que lanzan flechas en la diana de lo que me vuelve un nudo la garganta o la mirada un cuenco de luz.

Entonces me relajo y tengo en cuenta que no existen los superpoderes, y hasta me parece bien que sea así porque me permite sentir, en una medida más justa, el poder real que tienen aquellos capaces de regalarte cachitos de espacio que valen más que un pedazo de Luna o hacer de un café de domingo una caricatura del alma, como si tu esencia estuviese repleta de flechas para sus ojos.

De todos los regalos posibles, las personas son mis favoritos. Gracias.

Esa que esta noche caza “Dos pájaros de un tiro”.

Esaque frente al subjetivo

El subjetivo de Pocha.

martes, 11 de diciembre de 2007

Un lugar apto para la vida

Se me ocurren interminables razones por las que mi profesión me genera frustración y crisis periódicas. Otras veces, las menos, todavía soy capaz de encontrar, con la excusa de algún trabajo, cosas que me sorprenden despertando un interés que es probable que no me abordase ejerciendo de peluquera, de psicóloga, de maestra, de veterinaria, de empresaria, de fotógrafa, de corresponsal, de bailaora o de cualquiera de mis aspiraciones secretas. Tampoco es verdad, pero es lo que me digo yo para consolarme.

Cuando el cansancio crónico que padecemos la mayoría de las aves nocturnas me lo permite, vuelvo al embrión de mi naturaleza curiosa y entonces me cuesta muy poco verme en el espejo. Los días que tengo suerte descubro que soy capaz de escapar a mi letargo cuando recupero una capacidad de asombro que parecía olvidada en el mismo lugar que los juguetes de la infancia.

Para eso, a veces sólo hace falta algo tan “tonto” como descubrir de dónde procede el origen de la palabra del juego que conocemos como Bingo. Teorías hay para aburrir, pero mi favorita es la de los mineros galeses. Según esta versión la palabra bingo es el resultado de la suma de bean+go.

A finales del SXIX los pobrecitos mineros que no tenían qué llevarse a la boca ni dónde caerse muertos (¿no es esta una de las frases hechas más terribles que habéis escuchado y pronunciado?) despistaban las horas de oscuro aburrimiento entre entibadores apostando a la hora del bocadillo –sin pan, para hacerlo más miserable- sus judías colocadas sobre un rústico cartón con números.

El campeón se llevaba las judías a casa y María lo recibía contenta. Seguramente al resto les esperaba una buena perorata sobre su ludopatía alimentada por la ira de los estómagos secos.

Me imagino que la mayoría de los que leáis esto estaréis pensando “venga Esaque, menuda anécdota barata, de alguna parte tenía que venir la palabra esta que a mí ni fu ni fa”. Pues eso, que sepas que lo tengo en cuenta y que voy a seguir escribiendo, tú si quieres, puedes dejar de leer este blog para siempre.

La noche previa al hallazgo que habría dejado sin palabras a mi octogenario profesor de etimología grecolatina, cada página de Viktor Frankl robaba minutos a un sueño ligero de cama ancha con las “batallitas” de la vida en los campos de concentración. ¡¿Viktor Frankl?! Sí, ya he dicho que estoy en crisis y en breve empiezo con los libros de autoayuda. Dadme tiempo.

El buen judeo-samaritano Viktor cuenta en el libro que le hizo hueco en la galería de los best-sellers, que una de las ventajas más valoradas de llevarse “bien” con un kapo de, por ejemplo, no sé, Auschwitz, era contar con pequeños privilegios a cambio de grandes sacrificios de los cuales el fondo de la sopa se llevaba el premio de popularidad entre los presos. Añadir tres alubias más a la dieta de sopa aguada diaria era un manjar que podía resultar vital. Cuando buceas en una lectura y pierdes la conciencia de la línea alcanzas a valorar con algo parecido a la empatía lo que realidades tan lejanas, ajenas e incluso antagónicas a la tuya pueden significar. Estoy segura que sin Viktor la sonría de María en mi cabeza sería un esbozo lleno de sombras. Comentario profundo del día…

La suma de la feliz casualidad y mi aburrimiento en estas horas de trabajo sin trabajo, que ya se empieza a volver un hábito desaprovechado, son los accidentes que me trazan el camino a este post en el día de la Virgen de la Guadalupe.

Como por accidente, ya sabéis, se encuentran los más consistentes fundamentos para afirmar que Marte fue un lugar apto para la vida. A falta de lugares aquí rezo para volverme adepta a la filosofía de la Logoterapia y para que mis propios accidentes me lleven a un resultado sorprendente y positivo, como ya sucediera en el planeta rojo. Amén.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Doble o nada

Me pesan los años. Gran mierda, y desde luego no es por vieja. Vale, olvidemos el post anterior por ahora, que no venga ningún listo a decirme que estoy tonta o que es producto de ese galán indeseable conocido como trastorno ciclotímico que le come la oreja con especial interés a las damitas hasta llevarlas a la cama durantes días y noches. Eso ya lo sé. No conozco ese estado de continuo pero sí he saboreado el miedo que te atraviesa cuando dudas de si a la mañana siguiente, cuando abras los ojos te dará el cuerpo para poner el alma en pie un día más y a en punto. Después resiste el momento ducha y si sobrevives al metro sin la necesidad de esconder la mirada tras el periódico considérate del otro lado.

Casi podría apostar a que en estas jugadas sin gracia ha tenido por costumbre salvarme la cabezonería, el orgullo, el tira palante, el doble o nada. Seguro que sí, la diferencia es que ahora pongo en duda que realmente sirvan para salvarme y no para todo lo contrario. Me apetece dramatizar, como cuando eres niña y te pillas el berrinche y luego te vas y lo dejas durmiendo sobre el colchón y lo olvidas para siempre como un juguete que ha dejado de tener sentido. No lo miras más. Los adultos a eso lo llaman soltar lastre, ¿no? Si es así también me sirve.

Creo que la cabezonería me ha servido para aprender a ser olla express, pero sé que prefiero ser otras cosas antes. No voy a decir que estoy contenta pero escribo aliviada tras unos minutos de ejercicio infantil sobre la cama. Hacía demasiado que no lo hacía. Creo que Eseque está más cabreado que preocupado en estos momentos aunque no lo tengo muy claro. Después de teclear con fuerza un poco más a modo de almohadazo sobre el somier me dirigiré al salón aún más aliviada para preguntárselo y para hablar como adultos que somos (yo, a ratos). Y digo esto aún cuando coincido con CB en que la comunicación está sobrevalorada. Otro día charlamos sobre la hipercomunicación y el mal que nos hace.

Por la tarde tenía pensado empezar a escribir este post y titularlo El año de las flores o Mi mejor regalo. Al final a la hora de la siesta me invadió el virus del 6-de-diciembre-no-festivo que añadió yunques a mi condición de depresiva post-vacacional, a mi resaca de tequila y al dilema que puntualmente me lleva a mirar atrás y hacia delante y sentir que alguien coloca hierro sobre los tobillos de mi último lustro. Sí sí, soy yo, vale vale. Recordad que aunque no haya hecho uso todavía, la llave de la censura sigue estando en mi poder.

Ahora pienso en mi regalo favorito y en qué hacer con él. Su intención es ser el principio de algo y todo en él, hasta el blanco, está lleno de motivos. Espero tener la capacidad necesaria (o el valor) para darle forma y llenarlo de fundamentos. Me ha encantado, me encanta, es sólo que me abruma y me da vértigo. Con lo fácil que es hablar del salto cuando no te suben a la montaña.

Llaman a la puerta, es Eseque.

martes, 4 de diciembre de 2007

Andaba de parranda

No estaba muerta ni andaba en los desiertos. Una escapada a México lindo e intenso es lo que tiene. Ya estoy otra vez de cabeza, desde ayer, y mañana cumplo años. A mis veintitantos estrenaré por vez primera primaveras. Iba a decir que yo soy mujer de inviernos pero la velocidad de mis pensamientos ha alcanzado a la del teclado (que tampoco es que sea especialmente veloz) para frenarlo a tiempo. No es verdad, soy de todo menos de inviernos. Puedo enlistar razones por las que me gustan todas las estaciones per se menos el invierno (las vacaciones no cuentan). Y además qué narices, si yo nací en otoño, qué manía con relacionar diciembre de lleno al invierno. Debe de ser culpa de la Navidad o de mi flojera mental para las cuestiones que me aburren.

Sin embargo, unos cuantos conocéis o habréis de saber mi capacidad innata para retener fechas. Gozo de una insana memoria absolutamente cronológica que me ayuda a no perder el hilo de lo que relato y, a menudo, a soltar datos al espectador que no le sirven ni le interesan en lo más mínimo mientras a mí me hacen de guía, del palo “esto pasó a las once menos cuarto y entonces a la una, y así hasta las 3 y luego hasta las 7 no me acuerdo”. Aún así, creo que me estoy quitando de encima este simpático atributo. Debería volver, tarde o temprano o en punto debería recuperarlo. Lo que me recuerda dos cosas:

1. El sr. GM me dijo entre tequilas que el debería y el hubiera no existen.
2. Esta hiperconsciencia fue la responsable de mi primera cumple-crisis, nada más y nada menos que a la indiferente edad de 19 años que no saben ni a añitos ni a añazos, con mi primer fracaso amoroso a las espaldas, con calcetines blancos, con segundo curso de una carrera inútil inventada para tomar el pelo a miles y miles de altruistas descompuestos que más tarde proseguirán su camino por la vereda de la publicidad y abrirán un blog para saciar sus ganas de…llamar la atención.

Con todo y con eso, llego a los 26 con ganas de, con ilusión, con más juventud que a los diez con nueve, con los tendones cosidos, el coxis adolorido, la melena lisa y en su moreno natural, con un par de kilos más que cuando menos kilos he tenido, estancada en el metro cincuenta y nueve y medio, con un sinnúmero de esquinas que aún están por presentar, con un príncipe rojo para sacarme las sonrisas por las mañanas y los suspiros por las noches, con una familia y un puñado de compañeros de vida en la distancia más cercana que jamás he conocido. Ea, se acabó el tiempo por hoy.

Esa que se va a casa a cenar Cheetos con Coca-Cola.

Buzzear (ES)