viernes, 30 de mayo de 2008

Antes de que se quiten el sayo

Hola a todos. Soy esa que desde que empezó los parciales hasta que los terminó casi se ahoga en un vaso de posts frustrados. En verdad, siempre el mismo post en el que me ahogo varias veces y de nuevo borro y de nuevo empiezo. Pero claro, eso si no se los digo, ustedes no lo sabrán porque cuando estén leyendo esto, mejor o peor, pero en la orilla al fin y al cabo me encontrarán.

Cuando me meto en la cama, debajo de mis dos mantas, y les hablo desde mis pensamientos todo tiene un orden lógico y coherente y pienso que al día siguiente a poco que el tic-tac nos juegue a favor, abriré un documento en blanco y los volcaré en él porque en verdad quiero seguir con esto y porque quiero que el que quiera asomarse a saber de mi ombligo sepa de mi ombligo y un poco de lo que hay alrededor. Que últimamente, es mucho muchísimo. A veces, demasiao.

Empezaré por el final, que es anoche cuando estaba en mi cama leyendo El curioso incidente del perro a medianoche. Debería decir leyendo a Christopher porque es como leer una de esas obras que no entiendo por qué no llevan directamente el título de su protagonista. Y en verdad eso es mucho porque recuerdo pocas. Se me ocurre con “estoy leyendo a Holden Caulfield”, o a Aureliano Buendía, o a Mister Chance. O, yo qué sé, quizá a Brigdet Jones, pero claro, Bridget Jones sí que lleva el nombre por título, igual que Drácula, igual que Tom Sawyer, igual que Harry Potter.

Christopher es un joven de 15 años, que además de adolescente es autista (autismo o Asperger, no lo tengo claro, no lo sé). Ha encontrado un perro muerto en la casa de la vecina y este incidente y su afición a Sherlock Holmes le sirven de excusa y motivo para escribir el libro de su vida, el libro que a él le gustaría leer y que su psicóloga le pide que escriba.

El caso es que me gustan las cosas que le gustan, es un chico muy interesante con una visión del mundo digna de atención. Cuidado, no estoy diciendo que el autismo mole, estoy diciendo que Christopher mola y que me encanta la manera en la que él razona lo que los demás empatizan o se ve obligado a cuestionar lo que los demás damos por entendido. Christopher dice que la psicóloga le pidió que escribiese el libro para tratar de entenderse a sí mismo. Yo no sé aún si a él le está sirviendo para comprender las cosas que le pasan, pero tengo claro que a la psicóloga, como a cualquiera que lea el libro, le servirá para entender a Christopher.

Yo no soy autista ni estoy cerca de serlo, pero, como unos cuantos mortales, entiendo el amor exagerado por los espacios recogidos, por los necesarios momentos de soledad, por el cansancio que produce no estar solo cuando quieres estarlo o cuando quieres estar sólo con personas muy puntuales y algo te lo impide. Y no es ir de nada y no es ni mejor ni peor es así y a veces te sientes raro y pagarías por ser invisible, y ahora se ha puesto muy de moda eso de ir de raro pero a mí las modas me parece que apestan, sobre todo las que tienen que ver con religión, con yoga y con ir de (sexo, política y demás extravagancias). Con la ropa y con la música tengo menos problemas, aunque no coincidan con mis gustos, creo que la palabra “moda” se inventó para ellas.

Digo que no soy autista pero cuando en la cena de Navidad de la agencia dieron el premio Rain Man yo llegué a sospechar seriamente que en la terna se encontrase mi nombre. Y luego la realidad fue bien distinta. Cosas así me hacen sospechar que lo que existe es una gran desconexión entre mis pensamientos y los acontecimientos. Y eso a veces también me pone nerviosa y tengo ganas de mirar el reloj o las matrículas y encontrarme un número que me gusta como a Christopher le gusta ver pasar coches rojos uno detrás del otro, que le indican que va a ser un Día Súper Súper Bueno.

Ahora mismo, agacho la mirada, enfoco la mi pantalla, a la derecha en la esquina inferior, son las 12:12, y a mí me gusta mucho el 12, era mi número de habitación en el primer año en el Colegio Mayor. Y aunque no están siendo días Súper Súper Buenos, tampoco están siendo malos. Para nada, están siendo raros, inolvidables. Y lo que es más raro aún, es que vivo impaciente (el que me conoce sabe que eso no es raro), lo raro es el porqué. Y es que tengo una convicción dentro que me dice que van a pasar cosas Súper Súper Buenas. Será para compensar, puede ser. Cuando tengo un minuto para pensar y para estar sola, que es cuando me meto en la cama, nunca un segundo antes, el cerebro aprieta el play a velocidad forward y es como si tuviera un globo muy hinchado en el pecho y xanas diminutas que vuelan muy suave y muy despacio por mi estómago y me producen el famoso cosquilleo. Entonces, a lo Doris Day me pregunto ¿qué será será? y todo lo que se me pueda pasar por la cabeza en ese tiempo, lo que sea, convive en paralelo con esta pregunta formando el ADN de mis demás preguntas, deseos, planes, decisiones y suposiciones. El viaje de la imaginación parece un tren bala y me muero porque la vida me muestre las cartas de esta partida.

Eso me pasa por dentro. Mientras tanto por fuera vivo discutiendo con los bancos (grandísimos hijos de la gran puta). Metida en la burbuja de la radio mientras afuera amanece cada día con más frío (me gusta cómo suena el silencio en la radio, es un silencio lleno, creo que va por ahí lo de la “magia” de la radio). De nuevo con otra mudanza llamando a la puerta, y una vez más tampoco será a mi casa casa (hagan link entre este punto y los mentados conflictos con los bancos, el que ustedes quieran crear estará bien, yo paso de explicarlo una vez más). Con la uni, la publi y demás pasatiempos. Con Eseque muy cerca aunque a 12000 kilómetros y sin saber muy bien dónde estaré en dos meses, si acá si allá si acullá. Sólo dos cosas quiero dejar bien claras:

  1. Haga lo que haga, irme o quedarme o hacerme adepta al psicoanálisis, lo haré porque me da la gana.
  2. Si en agosto vuelvo a aquellas tierras con todas mis pertenencias, palabra de "esa" que volveré a estas tierras después de volver a aquellas. Porque yo siempre así, volviendo para todos los lados con tal de no marcharme de ninguno.

Ahora sí amiguitos, que llueva a gusto de todos.

viernes, 16 de mayo de 2008

¿Dónde estaba yo mientras pasaban los días?

Uno de los pocos cambios “parabien” que ha tenido mi vida en las últimas 2 semanas es que vuelvo a leer, acostada en la cama, antes de dormir. En estas noches han caído, a ritmo pausado pero constante (que es mucho, teniendo en cuenta de dónde partimos): Desde el jardín, Historias de diván, El diario de Adán y Eva, Doce cuentos peregrinos (algunos, no todos, ponele cuatro), La cenizas de papá y muchos apuntes y fotocopias de textos y de apuntes. Muchos, pero no tantos como debiera. Mea culpa.

Qué manera de remar la semana pasada contra la marea de Psicología General. Con todo y con remos, yo me lo pase muy bien en el examen y no lo pasé mal antes porque no tuve tiempo para hacerlo, ni mucho menos tuve tiempo para estudiar. Esto es lo que, en un caso altamente probabilístico se hubiese dado en llamar “bautismo de fuego” si no fuera porque por primera vez en mi trayectoria estudiantil tenía una razón verdaderamente legítima y suficientemente pesada para no haber cumplido y porque además saqué un 8.

Una de las conductas más porculeras que existen (y en verdad se me ocurren miles, se ve que tengo un receptor que las caza al vuelo y no las filtra antes de llegar a mi estómago. Se ve también que yo soy ideal) es la del típico/a que aparece en los exámenes diciendo que no ha estudiado naaaada, que qué mal, que le va a ir fatalll…Y hasta ahí, vale, entiendo que los nervios es lo que tienen y que hay personas en las que afloran verdaderas patologías (¿suena ahora dicho de mi boca un poquitito más serio que hace dos meses?) frente a un examen, una entrevista o una cita con el gañán-príncipe azul-fresca-madredemishijos de turno. El estrés, los nervios, la inseguridad, las expectativas, ser humano…llámalo x (llámalo alegría, mejor todavía). Aunque sea de mi bando genético admito que me parece algo que sucede más en el género de las faldas.

Ahora bien, el rellené 4 folios por las 4 caras, puse incluso bullets, círculos, cruces, guiones, usé tipex, regla, dos colores de bolis, pies de página, citas, cursiva y tenía las respuestas tan claras en la cabeza como las expuse en el examen (que a la hora de entregarlo se parece más a un Power Point que a un folio) y además sales, y todavía insistes en que te ha ido igual de mal que a los demás, que semanas después recibirán su examen con el 3 bien rojo y en medio de ese mar de frustraciones aparecerá tu 9, o tu 8…¿qué cara pones entonces? Es más, ¿cómo te atreves a tener cara?

En mi segunda carrera conservo intacto el mismo odio y desprecio hacia esto. Si bien, sólo por esta vez y salvando mucho las distancias de la situación (no hubo mares de suspensos ni entré en la clase predicando mi negro porvenir. Sólo estaba absolutamente convencida de ello), fui yo la que no supe qué cara poner. Y me sentí así, traidora. Para qué voy a insistir en que realmente no estudié ni para un 5, lo dejo por escrito aquí y así me lavo la conciencia. Y en público no volveré a especular con este tema hasta que no aprenda a calibrar dónde está el cero y dónde está el diez por estas latitudes.

Como he dicho, además, me divertí haciéndolo y quedé sorprendida con esta nueva habilidad tan prometedora que es llenar hojas y hojas inspirada en la filosofía “ea”, chuparte el índice, apuntar al cielo y a ver por dónde sopla el viento. Ayer tuve el segundo parcial. Empleé la misma técnica. No me permito decir más.

Buzzear (ES)