viernes, 16 de noviembre de 2007

Frío Frío

Ahora que he tenido tiempo para pensarlo en frío, cómo me alegro de que haya caído la temperatura. Antes de ayer fue sin duda el día más frío de la primavera al revés. Y fue estupendo. No es que me subieran el sueldo de repente o que me hayan llamado para decirme que he ganado el concurso de cocina de El País o del Clarín con mi receta de carbonara con un chorro de mostaza, de hecho, las únicas llamadas que recibí en todo el día fueron la de mi padre para decirme que las cartas que le envié estaban bien y la de mi casera para tratar el delicado tema de “el colchón” para cuando venga mi familia, y de paso darme la chapa un rato largo porque ella es así y no lo puede remediar. Lo de ir al grano le parece una insolencia.

Fue un buen día porque hizo frío. Y esto es, oh, lo sorprendente para una joven alegre en los meses que comprenden la primavera andaluza o el verano del norte.


Por la mañana salí de casa con esas botas negras estupendas que tanto me gustan y tan cómoda me hacen pisar con fuerza allá adonde voy (tengo un amigo que solía decir que piso fuerte porque en realidad dudo mucho, pero esa es harina de otro post), con mis medias tupidas y esa falda oscura vaquera que creía jubilada hasta el invierno que viene (de aquí de allá de acullá, chi lo sa?) o hasta que mi madre la pille por banda y decida que su lugar es una bolsa de basura, como ya hizo con el 75% de mi ropa aprovechando la feliz excusa de la maleta. En su defensa añado que ahora se dedica a enviarme la ropa que ella, previamente y a su gusto, selecciona para mí en las Iberias cada vez que alguien hace el favor de venir de visita: vestidos, vaqueros pitillo, ceñidos, de talle alto, zapatitos de taconcito…¿he dicho “en su defensa”?, sólo me faltan unos lacitos y ser de papel para convertirme en la Mariquita que soñaba con parir cuando lucía trenzas.


Salí a la calle con esa temperatura exacta que te deja la piel de gallina y te tensa los músculos sin obligarte a tiritar. Hacía sol y la sensación era tan agradable como salir del mar cantábrico, con esa impresión de estar prieta en cuestión de segundos, y tumbarte sobre la calidez de la toalla a lucir tu sensorialmente lipoesculturada figura (o eso es lo que tú te crees).

La comida me sentó bien al fin, no se me hincharon las piernas en todo el día y el sopor de la vuelta al trabajo en horas de digestión no fue tan duro como el día anterior, cuando hacía calor, humedad y hasta los no fumadores preferían cenar en las terrazas de las calles rotas de Palermo Hollywood. Los veía mientras volvía a casa, con mi iPod (formo parte de esa legión de viandantes enfrascados en su propia banda sonora callejera desde los tiempos del Walkman, el invento de los 80 que más amor me merece), mi paso espídico y mis pensamientos de alta velocidad muy lejos de las castañas asadas.

Tampoco es que las hubiese 24 horas después cuando, con la mentalidad de paño ligero al 99% interiorizada, el frío sorprendió a la mayoría. A mí no, claro, porque estos grados en noviembre no le entran en la cabeza a una asturiana de testa dura de un mes para el otro.


Me sentí más cerca de casa, frío pero sin exagerar, como en Asturias, como en Madrid, ¿como en Málaga? Sin abrigos, ni chimeneas, ni bañeras calientes, ni pelis bajo la manta en esta ocasión. No seamos típicos. Lo que hubo fue un exceso de café en el organismo, a gustito como se sentían mis manos primero y el resto después, al contacto con el calor de la taza. Hubo alguna idea despejada. Hubo brisa en la ventana del autobús que a menudo me marea. Hubo ese pensamiento de conciencia fugaz “joder, qué bien me siento” nada más entrar en la temperatura de nuestra casa y por no tener que usar más excusa para no salir que el propio frío. Unos cuantos cigarritos de frío, que por norma general saben mejor que los de calor y una botella de Coca-Cola que aguantó, fría, sobre la mesa de la salita, las tres horas de Casino.


Con tanta cafeína conciliar el sueño llevó un poco más de lo habitual (= 0,7 segundos o cuando menos te lo esperas). Cinco minutos dentro de las frescas sábanas blancas de la cama biplaza, habitación silenciosa con ventana cerrada (¡sí!) sirvieron de antesala para horas de profundo descanso que la memoria de mi metrosesenta supo agradecer.

Son casi las 18 horas en la capital bonaerense, hace calor y una pastillita verde contra el dolor pasea por mi organismo incitando al desvarío. Qué raro que a una chica como yo, que aún está en edad de merecer Blue Joven, le empiece a gustar el frío. ¿Será que me gustan las ciudades nubladas? ¡Helado! ¿Será que me gusta estar pálida? Frío-frío. ¿Será que me encanta andar poniéndome y quitándome capas y capas de ropa? Frío-frío. ¿Será que me gusta la Coca-Cola muy fría? Templado. ¿Será que la ciudad está cada día más bonita? Caliente. ¿Será que me empiezo a sentir como en casa? Caliente-caliente.

Esa que pronto pasará las fiestas veraneando.

7 comentarios:

Lluc Alemany dijo...

Qué bonito. Qué suerte tener estaciones. Yo también sufro días de calor y otros de frío, pero no puedo permitirme el lujo de cambiar el estilo de mi ropa porque, en unos minutos, el sol espectacular, ecuatorial, que quema con solo rozarte, se convierte en un nubarrón negro que descarga con toda su energía un aguacero.
Un beso en horizontal.

Unknown dijo...

Yo este sábado también me subí a mis botas negras, que me transmiten una sensación sospechosamente parecida a las tuyas, y me reconcilié con el frío frío, que llevaba un par de días amenazando la integridad de mis orejitas.
El frío resulta más simpático cuando se despide poco a poco que cuando llega sin avisar. ¡Bbbbbbbbrrrrrrrr!

Anónimo dijo...

Segundo intento, yo ayer senti frio, mucho frio pero paseando con una gallega por Barcelona y continuando con un chileno empece a pensar que igual si que encontraria aqui mi sitio, el siguiento parrafo era comentario a otro escritopero no consigo que salga.
Jolin, me despisto un poco y tienes un monton de textos, primero, me encanta el blog, segundo tu trankila por los resfriados, sufri lo mismo en mi primer mes en englaterra, los virus estaban tan agustito en este cuerpo serrano que no se querian marchar, todo eso apoyado por la rotura de codo y operacion.
En fin mil besos, sigo leyendo

CurroClint dijo...

Nada como el calor que nace del interior de uno mismo, cuando viene provocado por estados de ánimo tan cálidos...
Besos

Rosa dijo...

El frío es genial! Si vas bien abrigado. Y si no te resfrías, como me ha pasado a mi esta semana...

Anónimo dijo...

Mantener la identidad con tanta lírica ibérica (y compartirla) en una ciudad primaveralmente fría, resulta un buen remedio para abrir corazones propios y desconocidos. Creo yo, como regla universal.

Anónimo dijo...

sigue asi.. muy bueno

Buzzear (ES)